I cannot anyhow be contented to view this wonderful universe, and especially the nature of man, and to conclude that everything is the result of brute force. I am inclined to look at everything as resulting from designed laws, with the details, whether good or bad, left to the working out of what we may call chance. Not that this notion at all satisfies me. I feel most deeply that the whole subject is too profound for the human intellect.
Carta de Charles Darwin a Asa Gray, 22 de mayo de 1860 [1]
La publicación de On the Origin of Species por parte de Charles Darwin en 1859 fue uno de los mayores hitos de la historia de la biología. Esta obra tuvo una buena acogida por parte de muchos científicos pero también levantó una fuerte polémica. Esto último se debió, principalmente, a que sus ideas presentaban el mundo viviente como si estuviera gobernado por el azar y fuerzas materiales, en lugar de presentarlo como resultado de un plan divino como lo hacía William Paley en su obra Natural Theology de 1802. El astrónomo Sir John Herschel, por ejemplo, se refería a la teoría de Darwin como “the law of the higgledy-piggledy” (la ley del desorden), haciendo alusión a la importancia que en ella se le daba al azar.
A partir de ese momento la filosofía de la naturaleza tuvo que afrontar nuevos retos relacionados especialmente con los problemas del naturalismo y la finalidad. Una de las cuestiones principales se refiere a la existencia o no de un plan que gobierna la evolución, es decir, si se trata de una sucesión ciega de acontecimientos, o si es un proceso que tiende a ciertos fines. El principal argumento de quienes niegan la existencia de una finalidad en la evolución es la presencia del azar.
En la cita con la que comenzamos esta introducción, Darwin dice que se siente inclinado a ver este maravilloso universo como el resultado de leyes y azar, aunque a continuación dirá que esta noción no le parece del todo satisfactoria. A lo largo de este trabajo buscaremos aclarar las causas de la “insatisfacción” de Darwin respecto a esta concepción de un diseño nomológico abierto a la incidencia de accidentes.
A través de los 150 años transcurridos desde la publicación de On the Origin han sido múltiples las interpretaciones que se han hecho acerca del papel del azar en la evolución. No pocas personas tienen una visión puramente aleatoria de la evolución, como si fuera un proceso ciego sin ninguna dirección ni finalidad. La investigación científica reciente ha mostrado que aún hay mucho que aprender de la naturaleza, y fenómenos que antes parecían estocásticos no lo son tanto. A pesar de esto, sigue siendo común la concepción de la evolución como un proceso “casual” cuyos resultados son totalmente imprevistos.
Una muestra de esto son las discusiones sobre la supuesta incompatibilidad entre la teoría de la evolución con el hecho de que los seres vivos, incluido el hombre, hagan parte de un proyecto divino. Por una parte encontramos quienes afirman que el carácter azaroso del proceso evolutivo hace que todos sus resultados sean absolutamente contingentes, de manera que si, por ejemplo, un asteroide no hubiera golpeado la tierra hace 65 millones de años, nunca habría surgido una especie como la nuestra: si estamos acá es por pura suerte, pero no por un designio divino[2].
Por otro lado algunos creyentes responden a este “destronamiento del hombre” tomando una actitud hostil hacia la ciencia o, por lo menos, hacia la biología evolutiva: los mal llamados “creacionistas” promueven una interpretación literal del Génesis, mientras que otros como los proponentes del Intelligent Design pretenden ver en lo que aún no ha explicado la ciencia un indicio de la intervención directa de Dios, excluyendo que en el futuro se puedan encontrar causas naturales de dichos fenómenos. En estas discusiones encontramos un problema de fondo: concebir la evolución biológica como un proceso que, sin una intervención directa de Dios, carecería de cualquier tipo de finalidad.
Objetivos y contenido de este trabajo
Se trata por tanto de dos cuestiones relacionadas entre sí: (1) muchos conciben la evolución como un proceso eminentemente azaroso, (2) el cual carece de finalidad y, por tanto, sus resultados no pueden hacer parte de un proyecto divino. Detrás de este modo de ver la evolución encontramos que al azar se le atribuye un papel central en el proceso evolutivo, y que muchos hacen una interpretación reduccionista de la presencia del azar en dicho proceso.
Consideramos que Darwin ha tenido una enorme influencia en esta visión casual de la evolución, no solo por la centralidad que le concede al azar en su hipótesis, sino también por la interpretación que hace de su papel en el proceso evolutivo. Por este motivo nos proponemos estudiar la posición que el naturalista inglés tenía al respecto, analizando cuáles eran las causas que, según él, intervienen en la evolución.
Además de estudiar sus obras más importantes, prestaremos particular atención a su epistolario. Darwin, como los demás científicos de la época, usó extensivamente la correspondencia para intercambiar ideas con sus colegas. Allí se ven sus convicciones más profundas y dilemas que no aparecen tan claramente en sus obras publicadas[3].
Si bien Darwin no desarrolló de modo sistemático los conceptos de azar y causalidad en On the Origin of Species, poco a poco fue profundizando en estas nociones gracias a la intensa correspondencia que mantuvo con un eminente profesor de Harvard, el botánico Asa Gray. Éste aceptó rápidamente la teoría de la evolución, y tuvo un papel decisivo en la aceptación de la teoría en los Estados Unidos, pero no compartía el énfasis que hacía Darwin en el carácter “casual” de las variaciones.
Uno de los temas centrales de las casi 300 cartas intercambiadas entre Darwin y Gray de que disponemos es el llamado “diseño”, que para ellos hace referencia a la compatibilidad entre el mecanismo propuesto por Darwin y la existencia de un plan divino en la evolución. Alrededor de este problema Darwin y Gray fueron formulando con más precisión su visión del azar, las causas de la evolución, la contingencia y las leyes naturales.
Nos proponemos analizar qué concepto tenían Darwin y Gray de la acción causal en la evolución, y qué papel atribuían al azar. A pesar de que ambos eran naturalistas y no filósofos, las discusiones que analizaremos se encuadran en tres ramas de la filosofía: filosofía de la naturaleza, filosofía de la ciencia y teología natural.
Aunque la historia ocupa una parte importante de este trabajo, su enfoque no es solo histórico sino también metafísico. En concreto pretendemos analizar estas cuestiones a la luz de la filosofía clásica de Aristóteles, ya que este filósofo griego no solo fue el primero en estudiar de modo sistemático los conceptos de azar y causalidad, sino que también estudió con bastante detenimiento la biología desde una perspectiva metafísica.
Por esta razón en el primer capítulo de esta investigación haremos un estudio detenido del pensamiento de Aristóteles respecto las nociones más relevantes para nuestro estudio: causalidad, azar, naturaleza, alma y necesidad. Finalmente veremos cómo integra todos estos conceptos en sus obras biológicas, que corresponden a más de la cuarta parte de sus escritos que han llegado hasta nosotros.
En el segundo capítulo estudiaremos la influencia que tuvieron Newton y Herschel en la formación del pensamiento de Darwin con respecto a las causas, y en concreto el concepto de vera causa que Herschel hará popular en la ciencia británica del siglo XIX. También veremos de qué modo influye este concepto en la obra de Darwin y cómo fue la recepción de la teoría darwiniana por parte de la comunidad científica y del mismo Herschel.
Dado que la discusión entre Darwin y Gray está muy relacionada con el llamado “argumento del diseño”, en el tercer capítulo veremos las principales corrientes dentro de la teología natural en la Inglaterra del siglo XIX, y veremos la evolución de la idea de diseño que tenía Darwin hasta el momento en que publica On the Origin of Species.
En el cuarto capítulo veremos de qué manera Asa Gray ayudó a la recepción del darwinismo en los Estados Unidos. También analizaremos algunos de los artículos que publica sobre el libro de Darwin en 1860 y el inicio de su diálogo con Darwin acerca de la cuestión del diseño. Allí podremos observar cómo Gray hace énfasis en la compatibilidad entre la teoría de Darwin con el Cristianismo, mientras que Darwin hace énfasis en su imposibilidad de ver un proyecto divino en la evolución.
En el quinto capítulo veremos cómo se desarrolla el debate, analizando dos obras en las que Darwin le hace ver a Gray la existencia de “accidentes” en la evolución, es decir, variaciones que –sostiene Darwin– no pueden ser parte de un plan “inteligente”. También veremos de qué manera Gray cambia su posición a partir de 1874, como se refleja en un ensayo publicado en 1876 y dos conferencias que impartió en 1880 a estudiantes de teología de Yale.
En el sexto capítulo veremos algunas interpretaciones recientes del papel del azar en la evolución y haremos una reflexión acerca de cómo una comprensión metafísica del azar y la causalidad en la evolución puede ayudar a superar algunos de los problemas planteados.
Fuentes y traducciones
Para la correspondencia de Darwin usamos las cartas disponibles en el Darwin Correspondence Project (http://www.darwinproject.ac.uk), de la Universidad de Cambridge, en donde se encuentran la mayoría de las cartas de Darwin, las cuales que se han ido publicando a partir de 1985[4]. Para cada carta indicamos el número (entry) que aparece en el Catálogo de la correspondencia, que es el que ha sido adoptado en la Darwin Correspondence Database (DCD). Para las obras de Darwin usamos las versiones disponibles en Darwin-Online (http://darwin-online.org.uk) ya que es fundamental en muchos casos usar la edición exacta sobre la que discuten Darwin y Gray.
Para las obras de Aristóteles nos hemos apoyado en diversas traducciones inglesas, españolas e italianas. Dado que en muchos casos presentan diferentes lecturas de los mismos textos, en muchos pasajes hemos acudido a la fuente original griega para precisar el sentido de estos textos. Fue un arduo trabajo pero pensamos que el esfuerzo ha valido la pena.
Todas las traducciones son nuestras, e intentamos ser lo más fieles posibles al sentido original, privilegiando la precisión sobre la elegancia. También son nuestras las itálicas y las numeraciones dentro de las citas –a menos que se indique lo contrario–.
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Finalmente quisiera agradecer a tantas personas que han hecho posible esta investigación. De manera particular al profesor Rafael A. Martínez por su inmenso apoyo en estos tres años de trabajo. También agradezco a los profesores Philippe Dalleur y Rubén Pereda sus valiosos comentarios y sugerencias.
«Da parte mia sono profondamente grato ai miei genitori d’avermi messo al mondo. E gratissimo sono al Padreterno perché non m’ha fatto nè peggiore nè migliore di quello che sono. Io volevo essere esattamente così come sono. Diverso di così mi andrei largo o stretto» (Giovannino Guareschi).
[1] Darwin Correspondence Database (DCD), University of Cambridge, entry 2814.
[2] Cfr. Stephen Jay Gould, “The Evolution of Life on the Earth”, Scientific American 271 (1994), 90; cfr. íd, Wonderful Life: The Burgess Shale and the Nature of History, W. W. Norton, New York 1989.
[3] Gracias al Darwin Correspondence Project disponemos de más de 7000 cartas escritas o recibidas por Darwin, y tenemos información de otras 8000 cartas.
[4] Frederick Burkhardt, et al (eds.), The Correspondence of Charles Darwin, Cambridge University Press, Cambridge 1985–.